Toros de Alcurrucén. Encaste: D. Carlos Núñez
- Enrique Ponce: Estocada baja atravesada. Aviso. Saludos desde el tercio. Metisaca en los bajos y estocada al rincón de Ordóñez. Petición minoritaria. Saludos desde el tercio.
- El Cid: Estocada desprendida saliéndose de la suerte y un descabello. Aplausos. Estocada delantera habilidosa y un descabello. Silencio.
- Matías Tejela: Estocada baja y tendida. Estocada desprendida y siete descabellos. Aviso. Silencio. Pinchazo saliéndose de la suerte y dos descabellos. Silencio.
Preside la corrida D. Trinidad López Pastor
La tarde iba entre el tedio y el aburrimiento, pero tampoco era una de esas corridas en las que el aficionado siente que le han robado la cartera. Toros sosos, toreros que lo intentaban pero no conseguían romper la monotonía de la tarde y convertirla en un resonar de olés al unísono entre el público asistente y la afición, sino todo lo contrario. Pero salió el quinto de la tarde, un inválido de libro y el Usía lo devolvió. En su lugar salió un sobrero de los Hermanos Lozano, más ruinoso que el primero y claro, la parroquia se alarmó y comenzaron las protestas. Pero el Usía, asesorado por el Sr. Cabezas Porras, cómo no, dijo que “verdes las han segado” y el sufrido aficionado, que protestó para que se cumpliera el reglamento, vio cómo mancillaban sus derechos unos individuos que se sientan en el palco, ¿para qué? ¿para hacer cumplir la ley? Los que no protestaron, porque no lo consideraron oportuno, supongo que no se sintieron estafados, los que lo hicieron sí, y precisamente por la autoridad competente. El Cid, ante tal ruina, hizo lo que sólo cabía hacer, abreviar y dar un suspiro con ello a los aficionados.
En su primero, un toro de una arboladura terrorífica y astifina, lo arrolló al segundo capotazo de recibo y por lo menos salió andando por su propio pie pero cojeando visiblemente, y este hecho lo dejó marcado para el resto de la faena. La mansedumbre de su enemigo creo que tampoco le hubiera permitido mucho el lucimiento, pero en condiciones normales no me cabe la mínima duda que lo hubiera intentado.
Enrique Ponce es un maestro de Madrid, o por lo menos de determinados sectores de la plaza, y ayer demostró que sabe dirigir a sus incondicionales en contra de todo grupo de aficionados que no estén de acuerdo con su labor en el ruedo y que se permitan criticarla. Hasta ahí podíamos llegar, criticar al maestro de maestros, a este torero que se inventa el toro y el toreo en cuanto se enfrenta a cualquier inválido de la cabaña brava española, y después de consentirlos por aquí y por allá de la plaza, agotando el tiempo que le concede el reglamento para la lidia del toro, consigue encandilar a su público con unos muletazos sueltos de temple y hondura no llenos de ventajas.
Este torero después de una faena eterna a su segundo de la tarde, un toro manso y sin ningún peligro, consiguió sacarle una serie de redondos sin trascendencia artística. Esto dio origen a que el torero considerase oportuno hacer un desplante en la cara del toro como si hubiera dominado al animal más fiero de la cabaña brava española, hecho que no hubiera tenido ninguna trascendencia si no hubiera sido porque fue criticado por la afición, dando origen a que tanto el torero como su público se sintieran molestos. Esto motivó que el saludo que realizó el coleta correspondiendo a los aplausos del público lo hiciera en un tono supuestamente provocativo, ya que fue un saludo eterno, impropio de una faena sosa y aburrida de un torero que fue la máxima figura del escalafón. Así no Ponce, el supuesto enfado de un torero hacía una afición determinada se demuestra toreando de verdad y con toros. Ese es el único camino.
Matías Tejela que sustituía a César Rincón, estuvo voluntarioso pero le faltó dar el paso definitivo, ese que marca los buenos toreros. Ante su primer enemigo, un manso que metía la cabeza con claridad, consiguió algunos muletazos templados y hondos, pero cayó en la monotonía de la vulgaridad cuando toreaba fuera de cacho y rectificando terrenos, no obstante consiguió una serie de naturales con ligazón y un bonito trasteo como final de faena al cerrar al toro en tablas. Su segundo, un manso que sólo sabía tirar derrotes cuando acudía al capote, llegó a la muleta con un pitón derecho potable, pero el torero trató de justificarse sin mucha voluntad y acierto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario