Toros: 1º, 2º, 3, y 5º de El Puerto de San Lorenzo. 4º y 6º de Cortés. 5º Bis, sobrero de El Torero.
Terna:
- El Fundi: Un pinchazo, estocada tendida, aviso. Silencio. Estocada tendida y trasera. Silencio.
- José Tomás: Pinchazo perdiendo la muleta y estocada desprendida. Oreja con protestas. Estocada saliendo encunado. Dos orejas. Pasó a continuación a la enfermería.
- Juan Bautista: Estocada trasera. Silencio. Estocada arriba. Silencio.
Preside la corrida: Manuel Muñoz Infante
No hay nada que justifique que un torero se tenga que jugar la vida delante de un toro dejándole coger. Desde luego que el aficionado desea que el torero toree y por supuesto sin ventajas, y eso por supuesto lleva implícito un riesgo y la emoción que mantiene viva a la fiesta. Pero el aficionado también reconoce cuándo un torero se la tiene que jugar y con qué tipo de enemigo, de la misma manera que también detecta cuando un coleta está rayando el borde del tremendismo.
Ayer, con su actuación, el torero de Galapagar anduvo más cerca del tremendismo que de ser el torero valiente y firme como lo ha demostrado en otras ocasiones. Porque para ser el número uno del escalafón y ganarse el respeto de los aficionados sólo hay una camino, salir a la plaza a torear y con toros. Y digo esto porque José Tomás desde que reapareció el año pasado no ha hecho nada más que torear ganado elegido, con compañeros de cartel que han sido unos auténticos “teloneros”, que han permitido anunciarse en las tardes del maestro de Galapagar con el único fin de cubrir el expediente y por supuesto no hacerle sombra. A las pruebas me remito en sus dos últimas actuaciones en Las Ventas.
Nunca me ha gustado tratar el tema económico, ya que ese es un problema de despachos, pero el aficionado no puede exigir igual a un torero modesto que viene a jugársela con el único bagaje de su valor, escasez de corridas y en la mayoría de los casos con un ganado impresentable, que a un torero que va entre algodones y con un cuidado exquisito de todos los detalles y encima cobrando cantidades que a veces cuesta trabajo creérselo. A este torero, aparte de que reviente la plaza de gente, hay que exigirle que por lo menos toree y si el ganado sale malo, pues ya se sabe... Que él consideró que había que hacer tremendismo, me parece muy bien, pero de eso a que el público le aupara a los altares con el grito unánime de “Torero, torero,” me parece que fue una exageración. Recordaré sólo una frase: “Que fácil está Madrid”. Más que la primera plaza del mundo, parecía una de tantas.
Dado cómo se desarrollaron los acontecimientos, el público vino dispuesto a encumbrar la actuación del torero pasara lo que pasara. En su primero, un manso e inválido de libro, hasta un aficionado se permitió el lujo de gritar a la empresa; ¡Que no vuelva este ganado más! El toro huía de todo lo que se movía y el torero recorrió la plaza detrás del toro intentando sacarle partido a algo inexistente. Hay que agradecer la voluntad del torero, pero nada más. El premio fue excesivo, y si me apuran una vuelta al ruedo, que para estos casos se inventaron, pero el público estaba dispuesto a justificar lo que muchos habían pagado por la entrada y no quisieron dejarse llevar por la cordura taurina.
Su segundo fue sustituido por un sobrero de El Torero por su escasez de fuerzas, como casi toda la corrida, y lo primero que le aconsejó un aficionado fue que se anunciara con toros. Ese es el camino a seguir y la mejor muestra de ganarse el respeto de la afición española, y no tomar la estela en que están inmersas las demás figuras, esas que siembran todos los años los ruedos españoles con faenas vulgares y con toros de cartón piedra. En la faena de muleta estuvo valiente, dio un derechazo largo y templado, y cuando se echó la muleta a la izquierda quedó al descubierto y el toro se lo llevó por delante. Siguió toreando mermado de facultades, pasándose los pitones del toro rozando la taleguilla, creando en los tendidos un estremecimiento que a más de uno, con el corazón delicado, le haría visitar a su cardiólogo. Cerró la faena con unas bernardinas muy ajustadas y cuando entró a matar salió encunado entre los pitones de su enemigo como colofón a la faena tremendista que llevó a cabo. Fue premiado con las dos orejas y su nombre coreado como torero, torero. Me dio la impresión de estar en otra plaza y que lo visto no coincidía con lo que había visto la mayoría.